02 diciembre 2005

Las moscas vuelan perplejas






Ella solía descalzarse y bailar en el salón al llegar de trabajar, pero aquella tarde de calor nada podía hacerla sospechar lo que se avecinaba. La muerte estaba acechando y nadie la había mencionado que ése era el momento elegido.

Se quiso acercar a ella pero un golpe de cadera la empujó a la terraza. Allí se repuso y preparó de nuevo su lazo para atraparla, mas ella siguió bailando.

La vi bailando en la oscuridad, bailaba para sí misma.

La vi bailar y oí sus suspiros.

La vi bailando en silencio, bailaba sin música, sin melodía.

Bailaba sobre los ritmos del silencio asesino.

Bailaba sobre la luz de la extrema oscuridad.

Se movía de un sitio a otro.
Sin esposas ni ataduras, sólo existía ella y nada sino ella.
Dejó de moverse en la oscuridad, se sentó en el suelo para recuperar el aliento.
El aliento se agotó en el gran baile, el baile de sí misma.

Y allí la muerte le arrancó el alma, pero ella sonreía.

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