13 noviembre 2005

La edad que tenemos




Estaba el gran poeta inglés John Milton pasando unos días con Galileo Galilei en Florencia. El autor de El paraíso perdido estaba ya casi ciego y se valía de sus espléndidos recuerdos. Entonces, uno de los discípulos del anfitrión florentino le preguntó: "Maestro, ¿cuántos años tiene?".

Al anciano se le iluminó el rostro cuando le respondió: "Pues, a mucho tirar, unos siete o diez... porque, no creerá usted, joven, que tengo los que ya he vivido".
Ésta es la actitud fundamental de cada ser humano, "somos lo que no somos", según Hegel. Vivir el momento presente, el aquí y el ahora, es el consejo radical de los sabios en las más importantes tradiciones de la humanidad.
La iluminación nunca viene de fuera, sino que se alumbra como un despertar . Mañana no es una realidad, sino una hipótesis sobre la que sería insensato apostar nuestra existencia. Ayer ya pasó, y lo hemos asimilado haciéndolo nuestro, o vagaremos como plantas desarraigadas a merced de cualquier viento.
Cada etapa de la vida tiene sus propias riquezas y es preciso ser coherentes siguiendo las sugerencias de la naturaleza. Mantener el equilibrio, buscar la armonía y aspirar a la serenidad que nos permita ser nosotros mismos.
Ésa es la clave de la identidad, que es lo que nos hace ser lo que somos y hace, a su vez, que los otros nos reconozcan como somos. Es un proceso, jamás una conquista. Es una experiencia que nos muestra los elementos distintos y hasta contradictorios con los que está formada nuestra personalidad. Si nosotros nos ocupamos en gestionar nuestras contradicciones, mantendremos alejada la esquizofrenia desintegradora que nos amenaza. Las cosas son como son, como están siendo, y lo demás es tontería.
De ahí la importancia de saborear el propio conocimiento que nos lleva al respeto del otro. No como objeto de nuestro amor o de nuestra responsabilidad, sino como sujeto que sale al encuentro y nos interpela, para hacer juntos el camino.
Caer en la cuenta de que a todos compete el disfrutar de los bienes comunes nos abre hacia horizontes de plenitud, bondad y belleza. Porque son auténticos, y auténtico es el que tiene autoridad sobre alguien y lo promociona.
Qué pérdida de tiempo es añorar el pasado en una nostalgia estéril mientras que el sentimiento de ausencia nos anima para seguir en el camino, compartiendo y disfrutando cada momento de nuestra existencia. Sin atormentarnos por un futuro que no existe, sino que lo vamos haciendo. Como el tiempo, y hasta como el espacio que se define por sus contenidos. Ésa es la elegancia verdadera, que el vaso no sea más que la flor.
Nos acogeremos al razonamiento de Sócrates "bien me ha valido haber seguido el camino de la virtud". Y, si no hay nada, con mayor razón me compensa vivir con coherencia y plenitud.
Cuenta Osho que lo bueno de ser anciano es que ya eres demasiado viejo para dar mal ejemplo y puedes empezar a dar buenos consejos. Lo cierto es que dentro de cualquier anciano hay un joven preguntándose qué ha sucedido.
Hablamos de jóvenes desconcertados y no de ancianos amargados porque sienten que sus vidas no son lo que podrían haber sido. Se sienten estafados. Nadie les enseñó a amar la vida, a amarse a sí mismos, a asumir el único sentido de la existencia: ser felices.
Y ser feliz es ser uno mismo, poder hacer las cosas porque nos da la gana, no porque lo manden o para alcanzar méritos para una vida de ultratumba. Esto es un chantaje, posponer la felicidad para mantenernos dominados y sumisos. Han hecho de la obediencia una virtud. Un buen pueblo, para el que manda, es un rebaño que pasta sin hacer ruido.
Es urgente la rebelión de las personas mayores que padecen su soledad como antesala de la muerte. Nunca es tarde para madurar sin confundir el envejecimiento, que es cosa del cuerpo, con la madurez, que es crecer hacia dentro y saborear la vida. Las arrugas son hereditarias. Los padres las reciben de los hijos.
Descubrirnos gotas en un océano de silencio que transforman la existencia en una celebración. Es descubrir el universo en el rocío.
No hay mayor provocación que ser uno mismo. Atreverse a ser, a discrepar, a gozar y a realizarse en armonía con el universo. El sabio acepta la realidad imponiéndole su sello: para hacer lo que queramos tenemos que querer lo que hacemos. Porque nada puede morir, tan sólo cambiar de forma. La existencia nada sabe de la vejez, sabe de fructificar. Ya tenemos lo que buscamos. Hay que despertar.
Madurez significa que hemos llegado a casa. La madurez es conciencia, el envejecimiento sólo desgaste. Todavía queda tiempo para cambiarse de tren.

José Carlos García Fajardo
Profesor de Historia del Pensamiento Político de la Universidad Complutense.

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